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Por: Juan T H

En un hecho insólito, sin precedentes en la historia democrática del país, el presidente de la República, Danilo Medina, ante la crisis provocada por el auge del coronavirus, fruto de su propia irresponsabilidad y sentido político, le pidió al Congreso poderes excepcionales para luego cederle su papel al candidato oficialista, Gonzalo Castillo, que no avanza ni con los millonarios esteroides del presupuesto nacional.

El Congreso, todos los ministerios y departamentos, la justicia, los poderes fácticos, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, han estado al servicio y disposición, con todos sus recursos, del señor Castillo, que exhibe un poder económico jamás visto en una campaña electoral, y muchos menos en medio de una pandemia mundial que le está costado caro a la humanidad.

El presidente de la República no parece ser Danilo Medina, sino Gonzalo Castillo, o su arlequín, mequetrefe o testaferro. Los cierto es que el coronavirus se ha convertido en una excusa para evitar las elecciones en mayo próximo y para promover las empresas del candidato y su propia candidatura, lo que constituye un oportunismo barato y sin ningún sentido humano.

Las funciones propias del Estado o del presidente de la República, las ordena o realiza Gonzalo. Es inaceptable, por ejemplo, que el aspirante a la presidencia de la República envíe sus aviones a Cuba a recibir un grupo de estudiantes de medicina, que no había que traerlos porque en ese país los peligros son menores. Y lo peor, fue a recogerlos al aeropuerto entre besos y abrazos como un héroe nacional. De igual modo le entregó equipos a la Policía Nacional, institución que posteriormente le agradeció públicamente el gesto.

Sin ningún reparo Gonzalo envía a sus aviones, que según los expertos cuestan entre 50 y 70 millones de dólares, a buscar donaciones del gobierno chino. ¿No son esas responsabilidades del presidente de la República que deben ser canalizadas por la Cancillería?

Gonzalo y su equipo de campaña no han parado un minuto. El “toque de queda” es un pretexto para su campaña electoral. La vida o la salud de la gente no es lo más importante. Lo que interesa es lo que no vemos, pero que subyace en la superficie. Vehículos rotulados de morado y amarillo con la imagen del candidato, repartiendo “manitas limpias”, mascarillas guantes, mientras un altoparlante da instrucciones de cómo evitar el contagio del virus. Una gran caravana de vehículos de Obras Públicas, donde sigue siendo ministro Gonzalo, como si fuera una fiesta, con sirenas escandalosas, flanqueadores y luces a colores, “fumigan” los sectores residenciales, tareas de Salud Pública, es decir, del Estado.

Paralelamente el gobierno reparte alimentos miserables como los murciélagos; en la oscuridad de las noches, principalmente entre militantes y dirigentes del PLD que no pudieron salir de la pobreza y convertirse en “clase media” no vulnerables.

Es obvio que el gobierno no quiere elecciones en mayo porque el que ganó las municipales también ganará en primera vuelta las presidenciales y congresuales, como lo dijeron Danilo Medina y su pupilo Gonzalo.

Todo parece indicar que los comicios tendrán que ser pospuestos para cuando “las circunstancias lo permitan”. No hay condiciones para celebrar elecciones en estos momentos. Es cierto. Prolongar la crisis del coronavirus es demencial, inhumano y hasta criminal, pero de esa gente, aferrada al poder como algo de vida o muerte, no dudo nada.

Pese al uso y abuso de los recursos públicos, pese a poner al Estado en manos del candidato del presidente Danilo Medina, no crece, sigue por debajo de los 30 puntos mientras Luís Abinader ha seguido subiendo. El manejo irresponsable, politiquero de la pandemia ha producido un rechazo inmenso de parte de la población, sobre todo de los más vulnerables que dejaron de ser “clase media” para convertirse en pobres y muy pobres.

Por eso, como dijera Carolina Mejía, secretaria general del PRM y candidata entonces a la alcaldía del Distrito Nacional, cuando las elecciones municipales fueron abortadas por un sabotaje del propio gobierno, que de todos modos ganaría mucho a poco, como en efecto ocurrió. Envalentonada, segura de sí misma y de sus fuerzas, dijo: “Cuando quieran, cómo quieran y dónde quieran”.

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