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Por:  Eduardo Sanz Lovaton

En el marco conceptual que hoy se debate la actividad política local e internacional, donde los centros de izquierdas que buscan reivindicación social o de las derechas que persiguen las defensas de libertades económicas parecen no llenar los cometidos de nuestras sociedades. Produciéndose en ellas cada vez más ambientes de confrontaciones y divisiones que muchas veces dan pie a populismos destructivos y a confrontaciones insalvables.

Para muestras pensemos en Ecuador, o en las divisiones profundas de una España y sus leyes de amnistía, o las de Estados Unidos con Trump y su 6 de enero. Así damos la vuelta por el globo y encontramos en países pobres y ricos ese fenómeno de la división aupado por la comunicación moderna. Las redes, la inmediatez de la era digital, los videos cortos y en fin, el poco contenido decretan una sociedad del anuncio, del sensacionalismo y del morbo. Eso es lo que vende y por tanto muchos corren hacia los extremos de la radicalidad para hacerse notar. Y con eso pierde la racionalidad que la historia de la humanidad nos dice que no reside en los extremos aún cuando vencen, sino en la conciliación.

En esa racionalidad está el progreso humano. Pues si bien es cierto que el conflicto, las revoluciones han parido los avances de la humanidad, también lo es que siempre de esos choques surge siempre una conciliación mínima que permite los entendimientos que realmente logran las cosas. Por eso invitamos a forjar una ideología de la conciliación, que aunque ya milenaria, parece estar en desuso en muchas partes. Conciliar siempre ha dado resultado, pero requiere de ropas modernas, de formas modernas, de actitudes modernas. Veamos.

Sea el Alejandro que llega a Babilonia después de derrotar a Darío y a su imperio persa; sea Julio César que vence en la guerra civil a Pompeyo; sea el presidente Grant sucesor de Lincoln al vencer a los estados sureños en la guerra civil de EEUU; sea el Napoleón que vence a Austria o la misma Inglaterra que vence a Napoleón; sea Churchill frente a la Alemania postrada; sean los Estados Unidos frente al desmembramiento de la Unión Soviética; sea Bill Gates cuando Steve Jobs es despedido de computadoras Apple; sea el papá Juan Pablo II frente a los judíos y musulmanes; sea Mahatma Gandhi, primero con Inglaterra y luego con Pakistán; sea Martín Luther King con los clanes racistas o sea por qué no, nuestro Peña Gómez y su “yo los perdono”. En cada uno de esos casos, la conciliación del actor principal dio pasos no a vencidos sino a socios capitanes de cambio humano.

La Biblia nos proporciona en su infinita sabiduría en el pasaje Juan 8:7b “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.” Aquí el libro de los libros nos habla de que juzgando a los demás nada podemos lograr más que retratar nuestras propias miserias. ¡Ojo! Nadie ha de confundirse pues es como dijo Kennedy en un afamado discurso: “Jamás debemos negociar por miedo, pero tampoco jamás tener miedo a negociar”. La conciliación no es debilidad, ni sumisión, es por el contrario, valentía. Y la misma solo se puede acometer desde principios claros como la firmeza que da el amor por lo que se cree. República Dominicana enfrenta un mundo de dificultades, por eso invito a conciliar a mis compañeros de gobierno, pues esa es la actitud que nos muestra Luis; a mis compañeros de partido, con quienes juntos debemos vencer hoy y mañana; a mis contrarios políticos, pues sus simpatías legitiman las acciones como país. Luchemos sí, ferozmente sí. Siempre sabiendo que el límite de esa lucha no es solo la decencia sino que el adversario de hoy puede y ojalá sea el aliado de mañana. ¡Vamos!

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