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Por: Tony Raful

Hay una rea­lidad dolo­rosa, que requiere em­prender me­didas justas, que preserven los elementos concurrentes de nuestra formación social e histórica. Trujillo, iletrado y fanfarrón, pretendió asu­mir la dominicanidad como un valor adjunto al Poder que detentaba sobre la base del crimen y el timo. Su fal­so nacionalismo pretendía darle contenido y proyec­ción al uso ilimitado de la fuerza y el dominio absolu­to del Estado. Fue siempre un farsante de capa y espa­da. Nunca fue nacionalista cuando el país fue interve­nido por tropas extranjeras en el interregno 1916-24. Al contrario, combatió como jenízaro vergonzante a los bravos dominicanos que en la región Este, se abrazaron a la bandera nacional, ar­mas en mano, defendiendo la soberanía ultrajada.

Trujillo es el gran bella­co de la historia dominica­na. Explotó las relaciones con Haití, de manera con­veniente, pintarrajeándose como un nacionalista a ul­tranza. Lo cierto es, que in­tervino de manera constan­te en los asuntos del poder político en Haití. Documen­tos contundentes recogidos por historiadores domini­canos de gran valía, así lo acopian. Se distribuyó el Poder omnímodo con fora­jidos haitianos, arbitrando y subvencionando dictadores que les sirvieron para reinar como un monarca sobre la isla, quitando y poniendo gobiernos en ese país.

La matanza de haitianos de 1937, no fue en defensa de la Patria dominicana, como nos quisieron hacer creer los panegiristas de la opre­sión y el dolo como Estado; Trujillo no combatió tropas ni milicias armadas haitia­nas, simplemente degolló mujeres, niños y hombres. Diferente habría sido, si se hubiese enfrentado en com­bate a las tropas haitianas como lo hicieron hace más de un siglo, los que se batie­ron en los campos de gue­rra de Azua, Santiago, San­tomé, Cambronal, Sabana Larga, Estrelleta, Beller y el Número frente a las hor­das de la barbarie. O como lo hizo el presidente Bosch en abril de 1963, cuando ante el ultraje perpetrado a la misión diplomática do­minicana en Puerto Prínci­pe por la tiranía duvalieris­ta, movilizó las tropas y se puso al frente para reivin­dicar el honor nacional.

To­do esto como nota prelimi­nar, para indicar que saludo desde lo alto de la Patria la decisión del presidente Luis Abinader, en cuanto a la co­laboración internacional para la construcción de hos­pitales de maternidad en la frontera, pero en territorio haitiano, para dar servicio a las mujeres en condiciones dignas, evitando la satura­ción de los servicios domi­nicanos.

Así como también reforzar la seguridad en la frontera con la construcción de una doble verja perime­tral en los tramos más con­flictivos de la frontera, con sensores de movimientos, cámaras de reconocimien­to facial, radares y sistemas de rayos infrarrojos, lo cual propone el presidente, es­perando confiado en que, con dichas acciones, en un plazo de dos años, po­damos poner término a los graves problemas de inmi­gración ilegal, narcotráfico y tránsito de vehículos ro­bados que “padecemos des­de hace años”. Sin lesionar derechos pero enarbolan­do la bandera dominicana y el respeto mutuo, el presi­dente logra la protección de la integridad nacional, que como él mismo dijo, los do­minicanos “llevamos bus­cando desde nuestra inde­pendencia”.

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